Me resulta difícil redactar este editorial, me cuesta decidir qué
escribir. Los nuevos gobernantes de nuestro país nos dicen que
esperemos, que tengamos esperanza, que todo va a mejorar, que pongamos
de nuestra parte para salir adelante
juntos... pero es difícil hacerlo cuando todo parece caerse a pedazos.
Decían que todo mejoraría en el segundo semestre de este año; ahora
dicen que quizás mejore el año que viene. Es difícil creerlo cuando
apenas estamos en otoño y parece avecinarse un muy duro invierno.
¿Por qué seguir, entonces? ¿Por qué seguir escribiendo y editando? ¿Por
qué seguir produciendo y compartiendo literatura, sobre todo cuando la
realidad --inmensa, tangible, por momentos abrumadora-- nos empuja a
hundir la cabeza en lo inmediato, en el día a día, en las necesidades
más básicas, y todo lo demás parece superfluo, de una imperdonable
frivolidad?
Quizás porque creo que la imaginación y la actividad
intelectual son de primera necesidad. La prospectiva, el ejercicio de
pensar el futuro. La extrapolación de las cuestiones que constituyen
nuestro presente llevadas hasta los límites de sus posibilidades,
torcidas, estiradas, reinventadas, y aún nuestras, más nuestras que
nunca. Como un espejo que deforma, pero que sigue siendo un espejo.
Sigo creyendo, como me decía Pablo Capanna el otro día, que la ciencia
ficción no es una literatura de anticipación, sino de advertencia. Una
herramienta filosófica para el análisis de la realidad. Pero, al igual
que los mitos, no ofrece un camino directo y lineal sino una
aproximación lateral, intuitiva, un indagar a tientas entre los símbolos
que constituyen la realidad. Ese rompecabezas de percepciones que
llamamos realidad.
Ese parece ser el hilo conductor que recorre los
cuentos de este Especial de Otoño: mundos en los que han pasado cosas
terribles, desastres personales o de escala planetaria, horrores
conocidos, identificables, o simplemente se ha extendido la melancolía y
la decadencia, el kippel, la entropía... y la posibilidad de que lo
extraño irrumpa, quebrando esa cotidianidad; una cotidianidad anómala,
pero cotidianidad al fin. Como un latido, como una resonancia interna,
que alberga y alimenta en la oscuridad del alma lo temido y lo deseado.
¿Por qué seguir haciendo esto? Porque sigo creyendo que vale la pena. Sobre todo cuando la pena es tanta.
Laura Ponce
* la imagen es "Melancolía", de Grendel Bellarousse.
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