TODOS LOS EDITORIALES

EDITORIALES

jueves, 5 de diciembre de 2013

PROXIMA 20 - PRIMAVERA

A veces me siento como Jotabé Corbell, el personaje de Larry Niven en Un mundo fuera del tiempo. Me da la sensación de que los humanos, otrora pujantes y prometedores niños de la Tierra, siguen siendo niños, pero ahora en el peor de los sentidos: irresponsables, indolentes, crueles sin razón, viviendo vidas sin sentido todavía aferrados a fantasías infantiles, a necesidades insatisfechas de la primera infancia.
Una parte de la población de nuestro planeta hogar —el mundo desarrollado, rico, tecnificado— envejece. Tienen cada vez menos nacimientos y, mientras se extiende la expectativa de vida, la sociedad se abandona a la autoindulgencia, a la desesperación por la eterna juventud y a la enajenación de la hiperconectividad, tener en la virtualidad cientos de amigos para no tener, en la realidad, ningún vínculo verdadero. Al mismo tiempo, la otra parte de la población planetaria, la gran mayoría que vive en un mundo diferente —más pobre, donde rige la sobrevivencia, donde la desigualdad, la exclusión, la falta de oportunidades y la insistencia para el consumo fomentan el crimen y la violencia— crece exponencialmente. Como las villas miseria, como los basurales de los que muchos de ellos se alimentan; amenazan con devorar el planeta entero.
En el cuento Mercado de invierno, William Gibson dice: “Rubin, en un sentido que nadie entiende del todo, es un maestro, un profesor, lo que los japoneses llaman un sensei. De lo que es maestro, en verdad, es de la basura, de trastos, de desechos, del mar de objetos abandonados sobre el que flota nuestro siglo. Gomi no sensei. Maestro de la basura. (...) Rubin es como un niño; también vale mucho dinero en galerías de Tokio y París”.
Hay cierto índice que usa la generación de basura como medida de desarrollo y sofisticación de una cultura, y la tecnología se ha vuelto para la humanidad como el exoesqueleto que usa Lise, otro de los personajes de ese cuento: se nos mete en la carne, nos lastima, pero ya no podemos movernos sin ella. Es como esos sueños que empaca y vende Casey: disponible para todo aquel que pueda pagar por ellos. Sin embargo, en verdad, el Gran Sueño es encontrar en la tecnología el modo de vivir para siempre, de seguir jugando para siempre, en una infancia sin fin.
“¿Dónde termina el gomi y empieza el mundo?” Parece un mar infinito de juguetes abandonados. Des-hechos. Lo que sobró, pero también lo que se desperdicia, y el utensilio, lo útil, que dejó de serlo. Lo efímero y la obsolencia programada. Y Rubin hace arte con eso.   
Heidegger en El origen de la obra de arte, para definir qué es una obra de arte, empieza por hacer una aproximación etimológica a las palabras “origen”, “arte”, “obra”, diferencia lo útil de lo inútil, y define la obra de arte como lo útil transfigurado y transfigurador, como medio que permite el diálogo entre el artista y el espectador, hermenéutica que transforma a los dos mediante una experiencia completa que involucra percepción, razón y emoción; la obra de arte como un sitio de apertura hacia el ser.
Quizás la única esperanza de la humanidad está en poder hacer eso.
Quizás nuestra única oportunidad de hacernos adultos está en ver.
Y no se trata del sueño vano de “Oh, si pudiéramos dejar todo esto atrás, como al capullo de la crisálida... Nacer otra vez, dejando atrás todos nuestros pecados y nuestros errores. Renacer como seres nuevos. Ser en nuestra esencia los mismos, pero purificados, listos para la etapa definitiva: Imago, el insecto adulto...” Se trata de renacer, sí, a una nueva y verdadera primavera, pero comprometidos fuertemente con la tarea, y no hay otro modo de crecer más que descubrir qué nos limita, qué nos ata al pasado. Seguro no ha de ser una tarea fácil, ni limpia, ni bonita. Pero no puedo creer, simplemente me niego a aceptar que estemos condenados al fracaso, a repetir perversamente una y otra vez las mismas situaciones, una escena que no podemos abandonar. Sé que está en nosotros, codificada en nuestro ADN, oculta en nuestro inconsciente, la llave para salir a construir una realidad mejor.
Empecemos de una vez.

Laura Ponce

PROXIMA 19 - INVIERNO

En la mitología galesa, la diosa-bruja Ceridwen poseía un gran caldero donde se cocinaban la Inspiración y la Sabiduría; cuando recitaba el conjuro adecuado, el caldero producía alimentos mágicamente.
Muchos siglos después, el visionario Richard Buckminster Fuller elaboró el concepto de “efemeralización” para referirse a la tecnología cada vez más efectiva y más barata, mientras que los recursos físicos invertidos en diseños previos son reemplazados por cada vez más información; el máximo desarrollo de esto sería producir lo deseado virtualmente de la nada, como con el replicador de la serie Star Trek, que fabrica lo que se le solicite con sólo pedírselo en voz alta. Una suerte de conjuro renovado, hechicería moderna.
Actualmente, casi toda la gente que nos rodea está acostumbrada al uso de las herramientas y comodidades que provee la tecnología del consumo, pero para la mayoría el funcionamiento de tales ingenios es indistinguible de la magia, tal como reza la Tercera Ley enunciada por Arthur C. Clarke.
La ciencia y la tecnología avanzan por ese camino, y su refinamiento y complejidad están cada vez más lejos de la comprensión de los no iniciados.
Sin embargo, algunos de los que trabajan en un campo vital para estos avances, la tecnología de la información, tradicionalmente tan celosos de sus secretos, están redefiniendo las reglas de juego. Las comunidades open source y de software libre ganan cada vez mayor importancia; por concurso de sus prácticas, software de alta calidad se materializa gratis, libre de licencias y restricciones de uso, al alcance de quien quiera utilizarlo, y han probado que el hecho de compartir tales elementos con áreas de investigación y desarrollo de cualquier rubro no sólo no limita o atrasa los avances sino que los acelera; produce sinergia, otro concepto que le gustaba a Buckminster Fuller.
No está todo dicho, y sin duda nos adentramos en tiempos interesantes, difíciles de predecir.
Las otras dos leyes enunciadas por Clarke dicen que “cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto; cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado”, y que “la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible”.
Esta última describe el trabajo de la ciencia ficción, trabajo vital para el avance y mejor desarrollo de la sociedad, para el “acrecentamiento de la complejidad y la intensidad de la vida inteligente”, como citaría Estraven a Genly Ai en el épico viaje a través del hielo de La mano izquierda de la oscuridad.
A menudo parece que esa es nuestra situación cotidiana, parece que trabajosamente intentáramos avanzar a través de un ambiente hostil y solitario. Sin embargo —porque la vida también puede regalarnos esas cosas— a veces nos encontramos con extraños que han emprendido la misma aventura, extraños en los que descubrimos una sensibilidad y una noción de propósito similares a los nuestros que se elevan por encima de las diferencias; extraños con los que vale la pena compartir el viaje.
Porque más allá de sus pequeñas manifestaciones siempre está ahí, a nuestro alrededor: La Magia como posibilidad real, como fascinación, como nombre de lo incomprensible, de lo sublime y lo terrible. Pero no es ajena a nosotros, no nos está vedada. Todos tenemos nuestro propio caldero donde se cocinan inspiración y sabiduría.
Pues bien: Hagamos magia.

Laura Ponce

jueves, 13 de junio de 2013

PROXIMA 18 - OTOÑO

Cuando la ciencia ficción habla de otros mundos, rara vez son verdaderamente otros. El planteo suele funcionar como metáfora, como excusa para hablar de nuestro mundo y de los conflictos y situaciones que enfrentamos en él.
Si H.G.Wells hubiera escrito La Máquina del Tiempo como un tratado político con el propósito de alertar sobre los costos sociales de la revolución industrial, probablemente no hubiera trascendido más allá de algunos círculos o de su propio tiempo, pero al haberlo contado como una suerte de fábula, al haber hecho que el personaje viviera su aventura en ese otro mundo habitado por mor-locks y eloi, logró que lo narrado se impusiera más allá de su contexto histórico y cultural, logró que esta especulación sociológica pueda ser leída y resignificada en nuestros días.
Ya sea que esos Otros Mundos se encuentren en galaxias desconocidas, en el lejano futuro o hibridados en insospechados pliegues de nuestra vida cotidiana, son la puerta abierta para la exploración lúdica e intelectual, son la invitación para el “¿Qué pasaría si...?”, o como decía Phil K. Dick, “¡Oh, Dios, ¿qué pasaría si...?!”.
Y es fascinante como las dos corrientes —la ficción y lo que llamamos realidad— se retroalimentan. Puede decirse que se trata de una sola realidad escindida, una realidad que se proyecta para observarse, para aprender, ensayar, proponer, prospectar, y en definitiva, para conocerse mejor a sí misma.
Creo que la ciencia ficción ha anticipado el futuro, pero no en el sentido profético que suele dársele a tal afirmación. No creo que el papel de la CF sea “adivinar” qué nos depara el futuro, ni que su valor pueda medirse por el acierto que hayan tenido sus vaticinios. Cuando digo que la CF ha anticipado el futuro me refiero a que lo trajo a nosotros, lo adelantó, y ayudó a crearlo. Lo pre-dijo —lo dijo antes—, lo imaginó y le puso nombre. Al nombrar las cosas se les da entidad, se las “trae” a la realidad. El imaginar algo lo conjura, lo convoca.  
Uno de los mayores logros de la ciencia ficción ha sido convencer a la gente de que tales y cuales cosas eran posibles y, haciendo pie en esa certeza generada, se buscaron los caminos para la realización material de lo que hasta entonces sólo existía dentro de la mente de alguien.
Las evidencias están a la vista; nos rodean continuamente...  
Hace algunos días miraba una foto tomada desde la superficie de Marte en la que se ven tres puntos luminosos formando un arco magnífico contra el cielo anaranjado; una flechita señala uno de los puntos con la leyenda “Usted está aquí”.
Recuerdo que pensé: “Hace un siglo (un pestañeo en la historia de la humanidad), la existencia de esta foto era inimaginable”. Pero después me corregí: “No, era imaginable, incluso hace bastante más de cien años. Y gracias a que pudo ser imaginada, hoy es realidad”. Cuántos de los que hoy trabajan en el programa espacial o que han contribuido de una u otra forma con las misiones de exploración habrán leído Crónicas Marcianas... O las aventuras bajo las lunas de Barsoom, escritas por Burroughs... Cuántos estarán leyendo la trilogía de Robinson, Marte Rojo, Marte verde, y Marte Azul... 
Ah, la fuerza germinal, insidiosa, transformadora de las ideas...
Es lo que puede permitirnos visitar y estudiar otros mundos, construir los artefactos más complejos, modificar incluso la composición de nuestros cuerpos.
Es lo que puede permitirnos incluso convertir este mundo nuestro en otro mundo, el mundo que realmente deseamos. 

Laura Ponce

martes, 26 de febrero de 2013

PROXIMA 17 - VERANO

En el libro Quemando a Cromo, de William Gibson, hay un cuento que se llama “Regiones apartadas”. El cuento narra un día en la vida de un relevo, cuyo trabajo es estar ahí cuando regrese una nave. ¿Regrese de dónde? De una ruptura espacio-temporal que llaman la Autopista y que los humanos descubrieron por accidente entre las órbitas de la Tierra y Marte, cuando desapareció una cosmonauta rusa que realizaba una misión de rutina. El tema es que cuando “Santa Olga” regresó súbitamente después de dos años, en su puño ensangrentado traía un regalo: una caracola extraterrestre. Si los siguientes que enviaron (sólo un navegante por nave) hubieran vuelto nada más que con caracolas quizás no hubiera sido para tanto, pero regresaron con la cura para el cáncer, con irresistibles piezas de tecnología... y los siguieron enviado. Sólo el diez por ciento volvía “vivo”, y ninguno podía decir dónde había estado o hablar de su experiencia. Cuando Toby tiene que entrar a una cápsula a buscar a uno de ellos, describe lo que los afecta: “Es el Miedo. Es el dedo largo de la Gran Noche, la oscuridad que alimenta con murmurantes condenados las dulces y blancas fauces de los pabellones.”
Porque la mente se revela ante aquello que no puede comprender, no puede aceptar o no puede olvidar. Porque para preservarse, se escuda en la locura.
“Moscas en un aeropuerto, esperando colarnos en algún vuelo”, dice Gibson...
Quizás la vastedad y complejidad mismas del universo estén para siempre más allá de nuestra comprensión, quizás estemos condenados por nuestra propia naturaleza a hacernos preguntas que no podemos responder, a vivir experiencias que no podemos comprender.
Tan sólo pensar en ello, realmente pensar en ello, da vértigo. 
Parece que cada vez que nos aventuramos por esas regiones apartadas del entendimiento, tanteamos los límites de la cordura.
¿Qué diferencia un brote esquizoide de una experiencia mística? Para quién no vive la experiencia, probablemente nada. La diferencia tal vez esté en que una encierra al sujeto en su interior, estérilmente, y la otra lo abre hacia el exterior, trasformadoramente.
¿Qué es la cordura, entonces? ¿Una cuestión de consenso? ¿Una ilusión objetiva? ¿Dinámicas y patrones de conducta que una sociedad acepte como “sanos”?
Sin embargo, tal como decía Krishnamurti, no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.
Y quizás es ahí donde entra en juego el aporte de Freud, que fue el primero en haber tratado de borrar radicalmente la separación entre lo positivo y lo negativo (de lo normal y lo patológico, de lo comprensible y lo incomunicable, de lo significante y lo insignificante). No sólo acercó el conocimiento del hombre a su modelo filológico y lingüístico, sino que cambió el punto de vista: No partió del modelo de un individuo sano ideal y analizó como patológico lo que no encuadrara en ese modelo; tomó como objeto de estudio lo distinto, la anomalía, y generó un nuevo paradigma respecto del que pueden analizarse las conductas como grados de diferencia, donde lo “normal” ya no existe.
Es como si nos hubiera dado permiso para la singularidad, para ser más allá de los límites establecidos, para encontrar nuestro propio camino más allá de la cuadrícula del molde en el que nacimos.
No desaprovechemos la oportunidad.

                                                                           Laura Ponce