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jueves, 11 de diciembre de 2014

PROXIMA 24 - PRIMAVERA

En una charla que tuvimos en la Feria del Libro de Quito, el escritor ecuatoriano Leonardo Wild me decía que la ciencia ficción ya no existía, que había sido reemplazada por el tecnotriller.
Creo que lo decía en el sentido de que, del mismo modo que los dinosaurios no desaparecieron sino que les crecieron alas (seguramente Michael Crichton apreciaría la analogía), la ciencia ficción no ha desaparecido de las vidrieras o de las listas de los más vendidos, sino que se ha transformado.
Así como otros subgéneros o “formas” de la ciencia ficción tales como la space ópera, el ciberpunk o la new wave son producto y reflejo del momento histórico en el que se desarrollaron, nuestra época parece demandar estas tramas veloces, llenas de intriga y acción trepidante.
No es cierto que no se escriba ni publique ciencia ficción, mucho menos que no se venda: Por ejemplo, Neal Stephenson, autor de Criptonomicón, alcanzó nuevamente el nro.1 en la lista del New York Times con Reamde (Nova, 2012), sobre un virus inmerso en el mundo de los juegos de guerra online. Ah, cierto, eso no es ciencia ficción, es tecnotriller, y si escribe así, si “se vendió al sistema”, ya no hace CF de la buena... Un momento: Stephenson también escribió Interfaz, sobre un político al que le implantan un chip en el cerebro que le permite seguir todas las encuestas, una novela sobre política, neurociencia y tecnología de la información; y anuncian que el año que viene sale Sieteevas, sobre los sobrevivientes de la humanidad en un futuro lejano y post-apocalíptico, una novela de intriga política y militar, donde se habla sobre evolución, ingeniería genética y lo que entendemos por civilización.
¿Será un caso aislado? Pero también están Greg Bear con Música en la sangre y La radio de Darwin, y Richard Morgan con Carbono alterado y Black Man...
A pesar de sus temáticas claramente de CF, y quizás debido a que están ambientados en el futuro cercano, muchos de estos libros se han vendido bajo la etiqueta ganadora “suspenso”, la tímida “anticipación”, o simplemente “bestseller”, como Jurasik Park o Esfera, de Crichton. “Tecnotriller” no parece tan mala.
Es interesante ver que la biotecnología es uno de los temas recurrentes y quizás se deba a que con sus avances continuos y cotidianos nos resulta tan ajena e inquietante como en su momento lo fueron el mundo de las computadoras y el ciberespacio. Hoy convivimos con la tecnología digital, le pertenecemos, y de algún modo nada de lo que venga de ella nos sorprende; sin embargo la biotecnología... eso es otra cosa. Quién sabe qué milagros y horrores traerá.
Alguna vez, Miquel Barceló (editor de la colección Nova, propulsor del premio UPC otorgado por la universidad en la que es profesor) dijo que “podríamos vaticinar la muerte de la ciencia-ficción por disolución en el contexto".
No es que falte o que se haya perdido, es que está en todas partes.
Y es más necesaria que nunca.
                                                                           Laura Ponce


jueves, 11 de septiembre de 2014

PROXIMA 23 - INVIERNO

En uno de sus artículos, Teresa Pilar Mira cita a Goethe diciendo que el estremecimiento es la mejor parte de nuestra humanidad, que por más familiar que nos sea el mundo que nos rodea, siempre nos estremeceremos ante lo “enorme”, es decir, ante lo maravilloso de ese mismo mundo, aquello que, en un sentido amplio, podríamos llamar “Sagrado”, algo que no tiene que ver con un dios o a una religión en particular, sino que es una vivencia humana básica, y que su tratamiento es uno de los elementos propios de la New Wave, tal vez la más refinada, compleja y profunda expresión de la Ciencia Ficción.
Del algún modo, esto me hace pensar en una condición intrínseca, en una vocación por lo que nos supera, y que nos caracteriza como especie, que iguala a los individuos más allá de cualquier diferencia geográfica, étnica o biológica.
Pero, ¿cómo es posible que compartamos todos tal vocación para lo trascendente y al mismo tiempo vivamos en un mundo (un mundo del que participamos, que construimos cada día por acción u omisión) en el que Israel bombardea Gasa, recrudecen con brutalidad el racismo y la homofobia, aumentan los casos de femicidio, y el brote de ébola parece convertirse en problema sólo si sale de África?
En esa contradicción, se sustenta el tema que la New Wave también abordó de un modo notable: la relación con el “distinto”.
Nosotros y ellos...
Ell@s que se convierten en ellxs, que pasan a ser esxs, y luego eso... Lo tan otro que se nos hace incomprensible, lo tan ajeno que se nos hace intolerable, que nos atrae a la vez que nos repele, pero con una fascinación que suele terminar de un modo terrible, como en “Hermano de mi hermana”, de Philip José Farmer.
Es sabido que la ciencia ficción nos provee metáforas y herramientas para tratar de comprender lo que nos rodea, y lo hace a la luz de nuestros temores y expectativas; cuando habla de extraterrestres, robots, monstruos, en realidad se refiere a seres humanos distintos a nosotros. Sin embargo, el lugar desde el que se plantea esa mirada (quién es, cómo se conforma, el “nosotros”) la define y condiciona.
Tengo la impresión de que la mayor parte de lo que he leído acerca de esto se escribió desde el centro hacia la periferia, desde la mayoría hacia la minoría, desde varones hacia mujeres, desde blancos hacia negros, desde ricos hacia pobres...
Me parecía interesante revisitar el subgénero no sólo desde el presente (donde el tema/conflicto está más que vigente) sino desde el distinto, y desde latinoamérica, donde naturalmente somos muchos “otros” y a la vez estamos acostumbrados a ser los “otros” de los demás.
Con ustedes, los cuentos.
Laura Ponce

sábado, 14 de junio de 2014

PROXIMA 22 - OTOÑO

Cuando me propuse el tema de este número quería que el ciberpunk fuera el punto de partida para hablar de nuestra relación con la tecnología, relación que no es la misma hoy que hace treinta años, cuando William Gibson escribió los cuentos de “Quemando a Cromo”, por ejemplo.
Hoy, algunos elementos del universo que narró nos resultan anacrónicos, tanto como los autos voladores o algunos electrodomésticos de la casa del futuro; otros, en cambio, son parte de la vida diaria.
Pero la tecnología fue todavía más allá: facilitó las cosas. Ya no es necesario ser un vaquero de consolas para navegar por el ciberespacio; jugar juegos en red, descargar música o información, hasta construir con otros una ciudad virtual y “vivir” en ella, son cosas al alcance prácticamente de cualquiera.
Eso también cambió nuestra relación con la información. ¿Qué sentido tiene recordar o aprender determinados datos si pueden ser consultados o recuperados en cualquier momento, sin esfuerzo alguno? ¿Quién recuerda números telefónicos? Para qué guardarlos en nuestra memoria cuando el celular puede guardarlos en la suya...
Y la inmediatez y fugacidad de las noticias, el escaso análisis, la enorme cantidad de estímulos con la que somos bombardeados todo el tiempo, nos insensibilizan peligrosamente. Vivimos en un mundo donde pasan demasiadas cosas demasiado rápido, y corremos tratando de seguirles el paso, hambrientos y vacíos.
La tecnología se nos propone como la herramienta suprema, la solución a todos los males, la materialización de todos nuestros anhelos y apetitos: deseable, inevitable, imprescindible, al punto de que quien no la use padecerá una nueva clase de analfabetismo o será un excluido social ¾en un mundo cada vez más globalizado, cada vez más hiperconectado, ése sería el peor anatema¾. Y continuamente la sociedad de consumo fomenta nuestra desesperación por no quedar afuera, por siempre estar al tanto, por conseguir lo más nuevo, lo que acaba de salir, por ser  en función de eso.
Lo “moderno” es lo único valioso. Renegamos del pasado, de lo arcaico. De lo que hasta ayer era útil y de probado valor, sano o natural.
Soñamos con que la tecnología nos permita eternizarnos, vencer las barreras de lo orgánico, pero nuestra relación con ella es cada vez más carnal, más íntima y personal. Es difícil saber dónde llevará todo esto.
Afortunadamente, nuestros sueños y recuerdos aún ¾aún¾ pueden ser accesados sólo por nosotros mismos, y creo que es allí donde se mantiene a salvo nuestra identidad.  Disfrutémoslos mientras podamos.

Laura Ponce

domingo, 9 de marzo de 2014

PROXIMA 21 - VERANO

De todos los subgéneros que tiene la Ciencia Ficción, quizás la space ópera es el más identificado popularmente, el que la gente asocia de inmediato con CF, incluso a riesgo de suponer que la CF es eso y sólo eso: Flash Gordon, la arquitectura espigada y resplandeciente de los años ´30, superficies lustrosas, cromo de científico loco… Lo que William Gibson describe en su cuento “El continuo Gernsback”: Hombre y mujeres rubios y hermosos, vestidos de blanco, con zapatos de plástico y autos voladores. Futurópolis aerodinámica.
Obviamente la space ópera es mucho más que eso. Incluye autores extraordinarios, como Jack Vance, C.J. Cherryh, A.E. Van Vogt, Anne McCaffrey, Jack Williamson… Autores prolíficos y de gran imaginación, creadores de universos exóticos y fascinantes, llenos de colorido y aventura, generadores de la más genuina sensación de maravilla. Son los padres y madres de las pistolas de rayos, los piratas espaciales y las extraterrestres sexys. Son los padres y madres de la popularización de la ciencia ficción, y su obra ¾como no podía ser de otro modo¾ está signada por su tiempo.
Escribieron desde y hacia un mundo mucho más ingenuo. Un mundo de positivismo romántico y optimismo desvergonzado, embriagado de confianza en el “progreso”, con la noción de que el futuro sólo podía contener cosas buenas. Un futuro en el que las estrellas serían nuestro destino y en el que nada estaría más allá de nuestro poder.
Un futuro que no incluía contaminación, enfermedades desconocidas, crisis energética, guerras que pueden perderse, carreras espaciales que se abandonan…  
Porque eso es lo que hace la ciencia ficción: toma fotos de inconsciente colectivo, y la space ópera es la brillante estampa de aquella época. Una lámina de un edificio Van Alen, una tapa de Amazing dibujada por Frazetta.
Pero ya no somos esos. No podemos serlo, ni aunque lo intentemos. Vivimos en el mundo que siguió al perezoso desengaño, cuando ya pasó la resaca pero dura la decepción, y no hay vuelta atrás para la pérdida de la inocencia. Somos como aquel que sacrificó unos de sus ojos para acceder al conocimiento, y el conocimiento que se le reveló fue que no viviría para siempre.
Ahora sabemos que hay terrores mucho mayores que Ming el Implacable, que la Tierra es posiblemente el único planeta en el que viviremos, y ya va siendo hora de que empecemos a cuidarlo, y que para tener contacto con culturas desconocidas no hace falta ir a buscarlas tan lejos.
Por esa razón, si escribimos space ópera ahora, no puede ser como la de entonces.
Y claro, probablemente nuestra space ópera resulte menos optimista ¾conscientes de nuestra propia imperfección, de nuestra propia mortalidad, no se nos puede culpar¾; sin embargo creo que lo más importante es que será un poco más humilde, porque ya no hay certezas. El futuro vuelve a ser un sitio en construcción, y me parece que esa es una actitud mucho más saludable.
Sólo tengamos presente que el futuro no se edifica a sí mismo, y que lo construimos desde el hoy, tanto por acción como por omisión.

Laura Ponce