La ciencia ficción —decía Arthur Clarke— es sobre todo la literatura del cambio, y el cambio es lo único de lo que podemos estar seguros hoy, gracias a la continua y creciente revolución científica. Al trazar el mapa de los futuros posibles o imposibles, el escritor de ciencia ficción puede prestar un gran servicio a la comunidad. Estimula en sus lectores la flexibilidad mental.
Y es un servicio en verdad importante, porque lo primero que suele producir el cambio es miedo.
El miedo no es malo en sí mismo. Igual que el dolor, funciona como sistema de alarma. Está diseñado para protegernos de daños potenciales, para resguardar nuestra integridad física y emocional, es vital para la autopreservación.
Sin embargo, llevado al extremo, el miedo enceguece, es capaz de generar las reacciones más violentas, o de paralizar hasta la muerte.
Funciona como respuesta instintiva, individual, pero también como respuesta social, ya que la reacción al miedo es también una construcción cultural, donde la búsqueda de estabilidad es muy importante.
Así, la idea misma de lo desconocido puede volverse insoportable.
Hace poco leí un artículo de Cory Doctorow sobre Singularidad, que comentaba las ideas de Ray Kurzweil.
Definiendo “singularidad” como un evento a partir del cual deja de ser válido el conjunto de reglas que operaba hasta entonces, la “singularidad tecnológica” sería un punto a partir del cual una civilización tecnológica alcanzaría una aceleración tal del progreso técnico que provocaría la incapacidad de predecir sus consecuencias. El evento que postula Kurzweil (inventor, futurista, personaje controvertido) es la digitalización de la conciencia humana. Pero lo que me pareció más interesante es lo que Doctorow (periodista, escritor, activista) dice acerca del avance tecnológico y del temor, de la forma en que los organismos de control se desesperan por pautarlo y de las medidas de violencia irracional que son capaces de instrumentar para mantener el status quo.
Todo viene del miedo.
Y su detonante está en la parte de la frase que habla de la incapacidad de predecir las consecuencias.
Porque no se trata de saber que tal o cual tecnología terminará trayendo algo malo sino, justamente, de no saber. Esa oscura promesa viene a nosotros con la fuerza de lo intolerable.
Especular con las diferentes posibilidades que puede traer el cambio parece ser nuestra única manera de defendernos de la irracionalidad del miedo. Ejercitar el pensamiento crítico, mantener la mente ágil y bien dispuesta, tratar de acceder a la mayor cantidad posible de información desde las más variadas fuentes, participar del movimiento del cambio en la medida de nuestras posibilidades —siempre hay un modo—, y no rendirse, no dejarse paralizar.
Este número de PROXIMA, con el que completamos el segundo año de la revista, está dedicado al temor a lo desconocido.
Siempre está presente, siempre nos acecha, desde su forma más primordial y hermanadora hasta la que se presenta atomizada detrás de los desafíos personales.
Pero enfrentarlo, sobreponernos a sus limitaciones y afrontar el riesgo, es lo que nos impulsa hacia adelante.
Es lo que nos permite trascender.
Laura Ponce
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