En el editorial anterior comentábamos que hay en el ser humano una búsqueda de sentido, una honesta búsqueda de la verdad, no de una verdad o de la verdad acerca de una cosa sino de
Esa búsqueda es tan vieja como la humanidad, guiada por motivaciones primordiales, y la mayoría de las veces se realiza a tientas y por caminos tangenciales, porque surge del inconciente.
Los sueños pero también los cuentos y fábulas (los sueños de la humanidad), el arte en sus distintas expresiones, son vehículo de estas motivaciones que se expresan a través de lo que Carl Jung llamó “arquetipos”.
Jung, en su teoría de inconciente colectivo, establece que existe un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psiquis que está más allá de la razón.
Los arquetipos son esas imágenes primordiales, representaciones que expresan simbólicamente estos motivos y tendencias innatas en el hombre y que somos capaces de reconocer intuitivamente al apreciarlas en historias, pinturas, películas, incluso dibujos animados.
Con esos símbolos y con esos arquetipos (la sombra, la máscara, el triángulo, el ave, etc.) se ha construido la cultura y puede rastrearse testimonio de ello hasta el arte paleolítico. Pinturas rupestres como la de la cueva de Lascaux, con su hombre con cabeza de pájaro, o los mitos de los chamanes de Siberia que se visten de ave para vagar por el mundo de las visiones, o las imágenes del libro de historieta “Nocturno” son ejemplos de su continua vigencia: hay una especie de referencia mental, algo que nos permite hacer una conexión inmediata, y relacionar esas imágenes con la búsqueda de trascendencia, con la capacidad de viajar entre éste y otros mundos, con alzarse por encima de lo cotidiano.
El contenido de este número de PROXIMA está dedicado ese eterno juego entre verdad y apariencia, al arte y la representación, y a ese lenguaje común que nos une a todos.
Porque es evidencia de nuestra identidad grupal.
Pareciera que como individuos nuestra vida es efímera, intrascendente y sin huella en el mar de la historia; a veces es difícil ver significado en nuestros esfuerzos cotidianos; pareciera que en el devenir y perecer de vidas y culturas, no somos gran cosa.
Sin embargo somos parte de algo mayor, somos parte de la experiencia humana, de una especie de ente colectivo, de algo que vive y permanece, algo que nos ha precedido y que nos sobrevivirá. Y, pese a su vastedad, ese algo no es indiferente a nuestra existencia. Aprende a través de nuestras experiencias y relaciones. Somos agentes en su búsqueda de entendimiento. No perdamos de vista que nosotros podemos enriquecerlo.
Laura Ponce
No hay comentarios:
Publicar un comentario