En
la mitología galesa, la diosa-bruja Ceridwen poseía un gran caldero donde se
cocinaban la Inspiración y la Sabiduría; cuando recitaba el conjuro adecuado,
el caldero producía alimentos mágicamente.
Muchos
siglos después, el visionario Richard Buckminster Fuller elaboró el concepto de
“efemeralización” para referirse a la tecnología cada vez más efectiva y más
barata, mientras que los recursos físicos invertidos en diseños previos son
reemplazados por cada vez más información; el máximo desarrollo de esto sería
producir lo deseado virtualmente de la nada, como con el replicador de la serie
Star Trek, que fabrica lo que se le solicite con sólo pedírselo en voz alta.
Una suerte de conjuro renovado, hechicería moderna.
Actualmente,
casi toda la gente que nos rodea está acostumbrada al uso de las herramientas y
comodidades que provee la tecnología del consumo, pero para la mayoría el
funcionamiento de tales ingenios es indistinguible de la magia, tal como reza
la Tercera Ley enunciada por Arthur C. Clarke.
La
ciencia y la tecnología avanzan por ese camino, y su refinamiento y complejidad
están cada vez más lejos de la comprensión de los no iniciados.
Sin
embargo, algunos de los que trabajan en un campo vital para estos avances, la
tecnología de la información, tradicionalmente tan celosos de sus secretos, están
redefiniendo las reglas de juego. Las comunidades open source y de software
libre ganan cada vez mayor importancia; por concurso de sus prácticas, software
de alta calidad se materializa gratis, libre de licencias y restricciones de
uso, al alcance de quien quiera utilizarlo, y han probado que el hecho de
compartir tales elementos con áreas de investigación y desarrollo de cualquier
rubro no sólo no limita o atrasa los avances sino que los acelera; produce
sinergia, otro concepto que le gustaba a Buckminster Fuller.
No
está todo dicho, y sin duda nos adentramos en tiempos interesantes, difíciles
de predecir.
Las
otras dos leyes enunciadas por Clarke dicen que “cuando un anciano y distinguido
científico afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto;
cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado”, y que
“la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco
más allá, hacia lo imposible”.
Esta
última describe el trabajo de la ciencia ficción, trabajo vital para el avance
y mejor desarrollo de la sociedad, para el “acrecentamiento de la complejidad y
la intensidad de la vida inteligente”, como citaría Estraven a Genly Ai en el
épico viaje a través del hielo de La mano izquierda de la oscuridad.
A
menudo parece que esa es nuestra situación cotidiana, parece que trabajosamente
intentáramos avanzar a través de un ambiente hostil y solitario. Sin embargo
—porque la vida también puede regalarnos esas cosas— a veces nos encontramos
con extraños que han emprendido la misma aventura, extraños en los que
descubrimos una sensibilidad y una noción de propósito similares a los nuestros
que se elevan por encima de las diferencias; extraños con los que vale la pena
compartir el viaje.
Porque
más allá de sus pequeñas manifestaciones siempre está ahí, a nuestro alrededor:
La Magia como posibilidad real, como fascinación, como nombre de lo incomprensible,
de lo sublime y lo terrible. Pero no es ajena a nosotros, no nos está vedada.
Todos tenemos nuestro propio caldero donde se cocinan inspiración y sabiduría.
Pues
bien: Hagamos magia.
Laura Ponce
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