Cuando la ciencia ficción habla de
otros mundos, rara vez son verdaderamente otros. El planteo suele funcionar
como metáfora, como excusa para hablar de nuestro mundo y de los conflictos y situaciones
que enfrentamos en él.
Si H.G.Wells hubiera escrito La Máquina del Tiempo como un tratado
político con el propósito de alertar sobre los costos sociales de la revolución
industrial, probablemente no hubiera trascendido más allá de algunos círculos o
de su propio tiempo, pero al haberlo contado como una suerte de fábula, al
haber hecho que el personaje viviera su aventura en ese otro mundo habitado por
mor-locks y eloi, logró que lo narrado se impusiera más allá de su contexto
histórico y cultural, logró que esta especulación sociológica pueda ser leída y
resignificada en nuestros días.
Ya sea que esos Otros Mundos se
encuentren en galaxias desconocidas, en el lejano futuro o hibridados en insospechados
pliegues de nuestra vida cotidiana, son la puerta abierta para la exploración
lúdica e intelectual, son la invitación para el “¿Qué pasaría si...?”, o como
decía Phil K. Dick, “¡Oh, Dios, ¿qué pasaría si...?!”.
Y es fascinante como las dos corrientes
—la ficción y lo que llamamos realidad— se retroalimentan. Puede decirse que se
trata de una sola realidad escindida, una realidad que se proyecta para observarse,
para aprender, ensayar, proponer, prospectar, y en definitiva, para conocerse
mejor a sí misma.
Creo que la ciencia ficción ha
anticipado el futuro, pero no en el sentido profético que suele dársele a tal
afirmación. No creo que el papel de la CF sea “adivinar” qué nos depara el
futuro, ni que su valor pueda medirse por el acierto que hayan tenido sus
vaticinios. Cuando digo que la CF ha anticipado el futuro me refiero a que lo
trajo a nosotros, lo adelantó, y ayudó a crearlo. Lo pre-dijo —lo dijo antes—, lo imaginó y le puso nombre.
Al nombrar las cosas se les da entidad, se las “trae” a la realidad. El
imaginar algo lo conjura, lo convoca.
Uno de los mayores logros de la ciencia
ficción ha sido convencer a la gente de que tales y cuales cosas eran posibles
y, haciendo pie en esa certeza generada, se buscaron los caminos para la realización
material de lo que hasta entonces sólo existía dentro de la mente de alguien.
Las evidencias están a la vista; nos
rodean continuamente...
Hace algunos días miraba una foto
tomada desde la superficie de Marte en la que se ven tres puntos luminosos
formando un arco magnífico contra el cielo anaranjado; una flechita señala uno
de los puntos con la leyenda “Usted está aquí”.
Recuerdo que pensé: “Hace un siglo (un
pestañeo en la historia de la humanidad), la existencia de esta foto era
inimaginable”. Pero después me corregí: “No, era imaginable, incluso hace
bastante más de cien años. Y gracias a que pudo ser imaginada, hoy es
realidad”. Cuántos de los que hoy trabajan en el programa espacial o que han
contribuido de una u otra forma con las misiones de exploración habrán leído Crónicas Marcianas... O las aventuras
bajo las lunas de Barsoom, escritas por Burroughs... Cuántos estarán leyendo la
trilogía de Robinson, Marte Rojo, Marte
verde, y Marte Azul...
Ah, la fuerza germinal, insidiosa,
transformadora de las ideas...
Es lo que puede permitirnos visitar y
estudiar otros mundos, construir los artefactos más complejos, modificar
incluso la composición de nuestros cuerpos.
Es lo que puede permitirnos incluso convertir este mundo nuestro en otro
mundo, el mundo que realmente deseamos.
Laura Ponce
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