La expresión en inglés para “enamorarse” es to fall in love, cuya traducción literal podría ser: “caer(se) en el
amor”. Ser arrastrado por una fuerza tan indiscutible como la gravedad.
En Imago, el tercer libro de la saga de Xenogénesis, uno de los personajes de Octavia
Butler dice:“Era como si una parte de mí,
largo tiempo amodorrada, largo tiempo fuera de mi alcance, hubiese regresado
ahora y, en mi incrédula bienvenida, ya sólo fuese capaz de sumergirme en ella”.
Esa
pulsión por buscarnos en el otro y a la vez alimentarnos de lo que tiene de
diferente, por unirnos y reinventarnos, por consumirnos y construirnos de
nuevo, ajustándonos a su deseo, ajustándolo al nuestro, queriendo entregarnos y
a la vez ser libres, queriendo devorar y ser devorados, en un gozoso combate
que desearíamos continúe por siempre…
Bajo
su influjo, somos como exploradores en tierra extraña, como militantes de un elusivo
misterio en una aventura siempre renovada, con la curiosidad siempre a flor de
piel, reelaborando símbolos, ideando códigos, construyendo significados para
una lengua nueva, por caminos que a menudo mezclan alegría y angustia en
extrañas proporciones.
Y
somos frágiles. Pero nos sentimos más fuertes y capaces que nunca.
La
mirada de aquel al que amamos parece darnos entidad, confirmar nuestra
existencia.
En
las muchas formas del amor, el vínculo se reinventa, se aparta de los
convencionalismos, sigue sus propias normas, se alimenta de la complejidad de
las emociones, y se apresta a vencer las tormentas que lo quieran abatir.
Porque
a veces se trata de nada menos que eso, de sobrevivir.
Pensar
que, allá lejos en el tiempo, al principio de todo, las diferencias parecían
tan grandes, parecía tan improbable llegar a algo, y sin embargo…
Cada
día se me hace más claro que el universo nos cría y el viento nos amontona,
pero no lo hace sin sentido. Es como estar vibrando en las mismas frecuencias,
atraernos hacia una sensibilidad en común. Y, por fin, encontrarnos.
Vernos.
¿Cuánto
de eso es química, en el sentido más literal del término? ¿Cuánto obedece a
feromonas y neurotransmisores? ¿Cuánto es animalidad y cuánto, construcción
intelectual? ¿Cuánto de armar una pareja o una relación depende de dinámicas
sociales que nos han inculcado o que arrastramos en nuestra memoria genética?
De
algún modo, cuando protagonizamos este milagro, tales preguntas se vuelven
triviales.
Porque
lo importante es lo que este sentimiento nos hace, cómo nos cambia y nos
reafirma, y el modo en el que se manifiesta en nuestras acciones.
Con
este número estamos entrando en el cuarto año de PROXIMA, de esta revista que
es también reflejo y fruto del amor, del amor que los artistas, escritores e
ilustradores, han puesto en cada una de sus creaciones, del amor de los
lectores que realmente se han involucrado con el proyecto y lo han seguido y
apoyado, y del amor de quienes la han hecho posible, lidiando con la realidades
del mundo, protegiendo e incentivando este sueño para que pudiera convertirse
en realidad, crecer y sostenerse hasta hoy.
Sin
ustedes, y principalmente sin vos, nada de esto hubiera sido posible. Gracias.
Laura
Ponce
* La imagen es "Iniciación", de Flavio Grecco
No hay comentarios:
Publicar un comentario