Lo
que más le impresionó a Winston fue que el orador dio el cambiazo exactamente a
la mitad de una frase, no sólo sin detenerse, sino sin cambiar siquiera la
construcción de la frase. (...) Oceanía estaba en guerra con Asia Oriental; Oceanía
había estado siempre en guerra con Asia Oriental,
cuenta George Orwell en “1984”
Por
el engaño, decía Bolívar, se nos ha dominado más que por la fuerza.
Porque
las herramientas menos obvias de la dominación son quizás las más efectivas.
En
la novela de Orwell se habla de la
Policía del Pensamiento, pero también de la neolengua, una
adaptación del idioma en la que se reduce y se transforma el léxico con fines
represivos, basándose en el siguiente principio: Lo que no está en la lengua,
no puede ser pensado.
Del
algún modo, eso sucede también con la percepción de la realidad: si algo se niega
durante suficiente tiempo, o se afirma la suficiente cantidad de veces, puede
instalarse en el pensamiento individual o colectivo hasta volverse
indistinguible de la verdad, hasta que esa versión sesgada parece la única
posible.
Es
notable el efecto que esto ha tenido en la elaboración del relato que es la
historia (una versión concensuada del pasado), y en el modo en que esa
reconstrucción (recordar es siempre reconstruir) afecta el presente. Si el
proceso del almacenamiento y recuperación de recuerdos es complejo en
individuos, mucho más en sociedades, y mucho más si hay intereses creados
respecto a orientar las voluntades de tal o cual manera.
Nuestra
única defensa es el pensamiento crítico, la actitud no complaciente, tratar
siempre de cuestionar y de observar la realidad que se nos presenta desde
diferentes puntos de vista, estar más atentos y no dejarnos manipular, no
“comprar” cualquier cosa, no importa de quién venga.
Es
como entrenar un músculo.
Debemos
perfeccionar nuestra resistencia en la misma medida que se refinan los mecanismos
del engaño. Más, de hecho, si queremos prevalecer.
Debemos
transformar esa resistencia en un esfuerzo activo.
Debemos no sólo
ser testigos sino también actores de nuestro tiempo.
Incluso si no
estamos de acuerdo ni nos hallamos cómodos en ella (quizás sobre todo en ese
caso) debemos ser capaces de leer y comprender la realidad en la que estamos
inmersos. ¿De qué otro modo, si no es conociéndola, podríamos plantearnos la
tarea de transformarla?
Esa resistencia
activa se basa en no aceptar mansamente lo que nos parece injusto, es no
entregarse a que “las cosas son como son”, es luchar sobre todo contra la
noción de que no pueden ser cambiadas, de que no está en nosotros la fuerza ni
la capacidad de hacerlo.
Esa resistencia se
trata de comunicarnos, de debatir e intercambiar información, de buscar y
construir alternativas.
Esa resistencia es
dar batalla, del modo que podamos, desde donde podamos.
Es
seguir creyendo que vale la pena.
Es, aunque todo
parezca estar en contra, no darnos por vencidos.
Laura
Ponce
* La imagen es "Guerrera" de Reiq.
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