De todos los subgéneros que tiene la Ciencia Ficción, quizás la
space ópera es el más identificado popularmente, el que la gente asocia de
inmediato con CF, incluso a riesgo de suponer que la CF es eso y sólo eso: Flash Gordon, la arquitectura espigada y
resplandeciente de los años ´30, superficies lustrosas, cromo de científico
loco… Lo que William Gibson describe en su cuento “El continuo Gernsback”: Hombre
y mujeres rubios y hermosos, vestidos de blanco, con zapatos de plástico y
autos voladores. Futurópolis aerodinámica.
Obviamente la space ópera es mucho más que eso. Incluye autores
extraordinarios, como Jack Vance, C.J. Cherryh, A.E. Van Vogt, Anne McCaffrey,
Jack Williamson… Autores prolíficos y de gran imaginación, creadores de
universos exóticos y fascinantes, llenos de colorido y aventura, generadores de
la más genuina sensación de maravilla. Son los padres y madres de las pistolas
de rayos, los piratas espaciales y las extraterrestres sexys. Son los padres y
madres de la popularización de la ciencia ficción, y su obra ¾como no podía ser de otro modo¾ está signada por su
tiempo.
Escribieron desde y hacia un mundo mucho más ingenuo. Un mundo de positivismo
romántico y optimismo desvergonzado, embriagado de confianza en el “progreso”,
con la noción de que el futuro sólo podía contener cosas buenas. Un futuro en
el que las estrellas serían nuestro destino y en el que nada estaría más allá
de nuestro poder.
Un futuro que no incluía contaminación, enfermedades desconocidas,
crisis energética, guerras que pueden perderse, carreras espaciales que se
abandonan…
Porque eso es lo que hace la ciencia ficción: toma fotos de
inconsciente colectivo, y la space ópera es la brillante estampa de aquella
época. Una lámina de un edificio Van Alen, una tapa de Amazing dibujada por Frazetta.
Pero ya no somos esos. No podemos serlo, ni aunque lo intentemos.
Vivimos en el mundo que siguió al perezoso desengaño, cuando ya pasó la resaca
pero dura la decepción, y no hay vuelta atrás para la pérdida de la inocencia.
Somos como aquel que sacrificó unos de sus ojos para acceder al conocimiento, y
el conocimiento que se le reveló fue que no viviría para siempre.
Ahora sabemos que hay terrores mucho mayores que Ming el
Implacable, que la Tierra es posiblemente el único planeta en el que viviremos,
y ya va siendo hora de que empecemos a cuidarlo, y que para tener contacto con
culturas desconocidas no hace falta ir a buscarlas tan lejos.
Por esa razón, si escribimos space ópera ahora, no puede ser como
la de entonces.
Y claro, probablemente nuestra space ópera resulte menos optimista
¾conscientes de nuestra propia imperfección, de nuestra propia
mortalidad, no se nos puede culpar¾; sin embargo creo que lo
más importante es que será un poco más humilde, porque ya no hay certezas. El
futuro vuelve a ser un sitio en construcción, y me parece que esa es una actitud
mucho más saludable.
Sólo tengamos presente que el futuro no se edifica a sí mismo, y
que lo construimos desde el hoy, tanto por acción como por omisión.
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