El tema
del viaje, desde Verne y probablemente desde antes, es uno de los principales temas
de la ciencia ficción. La variedad de modos en que puede ser abordado y los
múltiples caminos que pueden abrirse desde esa premisa ofrecen infinitas posibilidades.
Desde
la concepción de la vida como un viaje, o la comprensión de que nuestro planeta
sigue su propio sendero por el espacio, desde el transcurrir mismo del tiempo
que nos hace imposible la inmovilidad, nadie es ajeno a sus planteos.
Hace unos
días, en una de las charlas a las que asistí en el marco de la Rosario Fantástica
III, Luis Pestarini hablaba del profundo impacto social que han tenido en cada
momento de la historia los diferentes adelantos tecnológicos en medios de
transporte y de comunicación (que es otra forma de transportarse), debido al
modo en que esos adelantos han ido cambiando la concepción que la gente tenía de
las distancias, respecto a un mundo otrora inabarcable, casi inimaginable, y
ahora cada vez más pequeño.
El
espacio, el universo todo, pareció en algún momento al alcance de la mano,
invitándonos casi ansioso a extender la aventura humana más allá de nuestro
mundo natal.
Sea que
uno viaje a tierras lejanas o no, sea que utilice todos esos adelantos tecnológicos
o no, no puede permanecer inmune a los efectos que éstos causan en la sociedad
y en la realidad en que vivimos, que vamos construyendo a cada instante.
Incluso
los lugares posibles se multiplican.
El
ciberespacio es casi una nueva dimensión en el sentido físico.
Cambiamos
la realidad, y sus posibilidades se disparan hasta el infinito.
Y
quizás el mayor y más ambicioso de los viajes que podemos realizar es el de
autoconocimiento, la exploración de nuestras verdaderas ansias y temores, y el
modo en que éstos se proyectan (y nos proyectan) en el mundo y en la idea que
tenemos de él.
No
perdamos de vista que todo lo que creemos saber del universo que nos rodea es
una construcción de nuestra mente, un rompecabezas que armamos con impresiones
sueltas, un mosaico desparejo.
Viajar,
dentro y fuera de nosotros, es quizás el único modo que tenemos de ir completándolo.
Y creo que la mejor
manera de hacerlo es siguiendo el consejo de Wells en
“La máquina del tiempo”: Tal vez aprender
a manejar la máquina del atrevimiento, para viajar instantáneamente a los
límites de la vida inmediata, para fundar de vez en cuando un breve paraíso sin
porvenir ni pasado, sin el doble chantaje de la nostalgia y del miedo.
Laura
Ponce
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