Me resulta difícil redactar este editorial, me cuesta decidir qué
escribir. Los nuevos gobernantes de nuestro país nos dicen que
esperemos, que tengamos esperanza, que todo va a mejorar, que pongamos
de nuestra parte para salir adelante
juntos... pero es difícil hacerlo cuando todo parece caerse a pedazos.
Decían que todo mejoraría en el segundo semestre de este año; ahora
dicen que quizás mejore el año que viene. Es difícil creerlo cuando
apenas estamos en otoño y parece avecinarse un muy duro invierno.
¿Por qué seguir, entonces? ¿Por qué seguir escribiendo y editando? ¿Por
qué seguir produciendo y compartiendo literatura, sobre todo cuando la
realidad --inmensa, tangible, por momentos abrumadora-- nos empuja a
hundir la cabeza en lo inmediato, en el día a día, en las necesidades
más básicas, y todo lo demás parece superfluo, de una imperdonable
frivolidad?
Quizás porque creo que la imaginación y la actividad
intelectual son de primera necesidad. La prospectiva, el ejercicio de
pensar el futuro. La extrapolación de las cuestiones que constituyen
nuestro presente llevadas hasta los límites de sus posibilidades,
torcidas, estiradas, reinventadas, y aún nuestras, más nuestras que
nunca. Como un espejo que deforma, pero que sigue siendo un espejo.
Sigo creyendo, como me decía Pablo Capanna el otro día, que la ciencia
ficción no es una literatura de anticipación, sino de advertencia. Una
herramienta filosófica para el análisis de la realidad. Pero, al igual
que los mitos, no ofrece un camino directo y lineal sino una
aproximación lateral, intuitiva, un indagar a tientas entre los símbolos
que constituyen la realidad. Ese rompecabezas de percepciones que
llamamos realidad.
Ese parece ser el hilo conductor que recorre los
cuentos de este Especial de Otoño: mundos en los que han pasado cosas
terribles, desastres personales o de escala planetaria, horrores
conocidos, identificables, o simplemente se ha extendido la melancolía y
la decadencia, el kippel, la entropía... y la posibilidad de que lo
extraño irrumpa, quebrando esa cotidianidad; una cotidianidad anómala,
pero cotidianidad al fin. Como un latido, como una resonancia interna,
que alberga y alimenta en la oscuridad del alma lo temido y lo deseado.
¿Por qué seguir haciendo esto? Porque sigo creyendo que vale la pena. Sobre todo cuando la pena es tanta.
Laura Ponce
* la imagen es "Melancolía", de Grendel Bellarousse.
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viernes, 22 de julio de 2016
lunes, 23 de mayo de 2016
PROXIMA 29 - VERANO / marzo 2016
En mi mente, la idea de verano está asociada al concepto de receso y a la adolescencia. Me da la impresión de que a esa edad se iniciara una especie de pacto y que después, a lo largo de la vida, las vacaciones fueran el intento de volver a lo que se sintió entonces, al entusiasmo despreocupado y la risa fácil, a la exuberancia de sonidos y colores, a la sensación de que el mundo, el resto de nuestra vida, está en pausa; de que espera apenas un paso más allá, cruzando el límite del verano, pero mientras dure ese receso estaremos a salvo. Porque esa es una condición importante: no puede durar para siempre.
A
veces parece que alcanza con una escapada, tal como piensa el Marvin de Robert
Sheckley en Trueque Mental cuando responde a un aviso
del diario e intercambia su cuerpo con un turista marciano. Claro que en
realidad se trata de una estafa y pronto el pobre Marvin se encuentra sin
cuerpo propio y expuesto a la «deformación metafórica», un trastorno por el que
la mente del viajero traduce la realidad alienígena a motivos familiares; algo
así como lo que dice el historiador Peter Burke en Visto y no visto, sobre la analogía que hace inteligible lo
exótico, que lo domestica, impidiendo ver todo aquello que tiene de desconocido.
Porque esa es otra condición: las vacaciones deben permitir un cambio de
ambiente, pero sin salir del todo de lo conocido.
El insatisfecho Gustav Von Aschenbach de Thomas Mann en Muerte en Venecia es arrastrado por el
deseo de «liberación, de relevo y olvido», por la necesidad de escapar de su
rutina burguesa, pero no se va a la jungla de un país lejano sino a un
balneario propio de su ambiente, donde puede encontrarse con otros como él,
otros indolentes que también hacen oídos sordos a la decadencia de su cultura
egoísta y autocomplaciente. Tarde comprende que su vida es una trama de ilusiones
y simulaciones. Tadzio encarna la juventud que él ya no tiene, y también todo
aquello que no se ha permitido vivir. Porque el verano también implica eso: la
noción de ciclo, de punto culminante en una curva destinada a decaer.
Quizás por eso se lo abraza con una especie de inocencia, separada por
completo de los justificativos de la razón. Como el gato Petronius en la novela de Heinlein, que
durante el invierno nunca abandona la esperanza de que alguna de las puertas de
la casa se abra al verano.
Este verano que vivimos en Argentina reúne todas esas características y
algunas otras francamente inquietantes. Todo lo que anticipábamos en el
editorial de diciembre fue superado por las medidas que tomó el nuevo gobierno.
Después del shock inicial, ahora hay una sensación de pausa, pero no conlleva
alivio sino angustia, como de algo que junta presión, que sigue moviéndose
secretamente y no augura nada bueno. Me preocupa qué pueda esperarnos cuando
termine el verano.
¿Qué nos queda? No rendirnos. Seguir trabajando por lo que amamos.
Laura Ponce
PROXIMA 28 - PRIMAVERA (Adultez) / diciembre 2015
Este
año, el arco temático de PROXIMA fue el ciclo de la vida y culmina en este
número de diciembre con la entrada a la madurez, tema que cobra cabal actualidad
con los recientes resultados de las elecciones presidenciales en Argentina.
La
perspectiva que se abre para nuestro país es incierta. O, mejor dicho, ciertamente
inquietante. Las medidas ya adelantadas por los asesores económicos del partido
ganador no dejan mucho librado a la duda: “actualización” del tipo de cambio,
apertura irrestricta de las importaciones, cero protección del Estado.
Basada
en el resultado funesto que anteriormente han tenido medidas de ese tipo, la
prospectiva para las pequeñas editoriales independientes es bastante desalentadora:
aumento del costo del papel, competencia con saldos extranjeros a precios ridículos,
pérdida de espacios de exhibición y comercialización.
Me
siento como en un barco que se dio vuelta en la tormenta. Algunos gritan “nos
salvamos, nos salvamos”, sin darse cuenta que lo que respiramos es apenas una
burbuja residual, que se consumirá antes de que terminen los festejos. Quizás
entre nosotros haya quienes cuenten con tubos de oxígeno, con reservas de aire
que les permitan resistir durante más tiempo, o incluso escapar del barco dado
vuelta. Quizás entre nosotros haya seres anfibios para los que éste sea el
ambiente más deseado, lleno de alimento potencial. Pero yo no estoy entre los
unos ni los otros, y me entristecen los muchos que están en mi misma situación,
y los que ni siquiera tienen esa suerte, los que ya no tendrán ni el salvavidas
del que dependían.
En
este estado de cosas, seguiré chapoteando, intentando mantenerme a flote y
pendiente de la gente que me importa, pendiente de que puedan respirar también
y de mantenernos juntos a pesar de todo. Seguiré pataleando hasta que se apague
la luz, y después patalearé en la oscuridad, mientras me den las fuerzas.
Desde
hace tiempo estamos trabajando con gente muy generosa en un proyecto de
digitalización de todos los números de PROXIMA, la mayoría de los cuales se encuentran
agotados. Nuestro propósito original era que todo ese material no se perdiera
en el olvido y estuviera disponible para descarga gratuita, al alcance de quienes
están conociendo la revista recién ahora; pero tal vez este sitio web de Ediciones
Ayarmanot se convierta también en el espacio de continuidad para la publicación,
si se hace insostenible su aparición en papel.
Somos
lo que somos: seguiremos escribiendo y tratando de aprender y de dar a conocer
lo que otros hacen, cuestionando, buscándole el resquicio al sistema. Ojalá
este no sea el último editorial que escriba para ustedes, lectores de PROXIMA,
pero si así lo fuera, creo que en años 7 es un buen número, 28 motivos de
orgullo y agradecimiento. Y ya nos volveremos a encontrar. Hasta entonces, les
deseo lo mejor. No pierdan las fuerzas ni la sensación de propósito. Esto
también pasará.
Laura
Ponce
domingo, 22 de mayo de 2016
PROXIMA 27 - INVIERNO (Niñez y Adolescencia) / septiembre 2015
En la novela
El fin de la infancia, Arthur Clarke cuenta
la llegada de extraterrestres como podría contarse la llegada del innegable
futuro. Estos extraterrestres no plantean una invasión violenta, sino
acompañarnos, prepararnos para el momento próximo en que la humanidad dará su
salto evolutivo. Obviamente no estamos en posición de negarnos y hay mucho que
no nos dicen, pero prometen responder a nuestros interrogantes cuando estemos
listos para las respuestas. Y, como suele suceder con todo conocimiento
fundamental, cuando llega finalmente ese momento, cuando nos golpea la fría luz
de la comprensión, no hay modo de volver atrás. No hay manera en la que la
mariposa pueda volver a meterse en el capullo.
En las
últimas décadas, la niñez vio redefinida su importancia a partir de que los
chicos se volvieron consumidores, compradores directos o indirectos; sin embargo,
la gran fascinación de nuestra cultura es con la adolescencia, o por lo menos
con algunos de sus aspectos. Tal vez sea por razones semejantes (es más fácil
venderles cosas a personas inseguras e irresponsables), pero sin duda hay un
deseo de eterna vitalidad, de jovial inocencia, de nunca dejar ir la lúdica e
intoxicante sensación de que todo es posible, de que todos los caminos están abiertos.
Desgraciadamente,
para que todos los caminos permanezcan abiertos es necesario no tomar ninguno;
la potencialidad infinita es también la absoluta falta de concreción. Vivimos
en una cultura que cría adolescentes eternos, que permanecen suspendidos en el
limbo de la autocomplacencia y parecen nunca estar lo bastante maduros para dar
el siguiente paso. Una cultura que rechaza el conocimiento de lo que no quiere
ver, de lo que le demandaría salir de ese estado, incluso cuando la golpea en
la cara. Lo ignora o lo frivoliza ¾que es su
forma de asimilarlo quitándole entidad¾, y sigue
con lo que estaba.
En estos
días da vueltas al mundo la foto de un chico sirio ahogado mientras trataba de
huir de la guerra junto a su familia, lo mismo que otros miles y miles de desplazados.
Seguramente no es el primero y ojalá me equivoque, pero no creo que sea el
último. Sin embargo, la opinión pública parece indignada, sacudida en lo más
profundo. No importa que estemos rodeados de tragedias, que hace poco dos nenes
murieran quemados en un taller clandestino de costura, también inmigrantes
ilegales, acá nomás, en Ciudad de Buenos Aires, que tantos otros mueran de
desnutrición, por el paco o, como Kevin, por alguna bala perdida. Parece que
vieran el horror por primera vez. Pero eso no importa si lo ven de verdad, si
de verdad somos capaces de entender esa pérdida, todas las pérdidas, como algo
inaceptable.
Quizás sea,
ojalá sea, lo que le hacía falta a nuestra sociedad para salir de su letargo
adolescente; la comprensión de que vivimos en un mundo en el que pasan cosas terribles
y sobre las que tenemos que tomar acción. Sólo el tiempo dirá si se trata de un
verdadero despertar, o de otra falsa alarma.
Laura
Ponce
PROXIMA 26 - OTOÑO (Renacimiento) / junio 2015
Hace
casi un año, cuando pensamos el cronograma de publicaciones de proxima para el 2015, decidimos que el
Ciclo de la Vida sería nuestro arco anual y fuimos definiendo las temáticas
para cada uno de los cuatro números que lo conformarían. Nos pareció natural
iniciarlo con un especial sobre Extinción / Apocalipsis. Nos pareció natural
continuarlo con otro sobre Renacimiento. Y nos pareció natural que éste fuera
un número íntegramente realizado por mujeres, una celebración de lo femenino,
en el más amplio de los sentidos.
Porque
la capacidad de renacer, de recrearse en una fluidez sin fin, como el movimiento
lunar de las mareas, como la indetenible parsimonia de la naturaleza, es
eminentemente femenina.
Porque la figura de la mujer es asociada con
el misterio de los ciclos y la fertilidad, con la fuerza de la creación, desde
los primeros cultos dedicados a la luna en el inicio de la Humanidad.
Porque
hoy está más vigente que nunca aquello que dijo Simone de Beauvoir acerca de
que mujer no se nace, se hace. La identidad femenina es una construcción social
e individual cuyos parámetros están siendo redefinidos.
En
el medio, mientras preparábamos este número, pasaron otras cosas. Cosas que me
recordaron el cuento de Raymond Carver “Tanta agua tan cerca de casa” y el de
Racoona Sheldon “El eslabón vulnerable”. Crímenes espantosos contra mujeres,
que fueron vueltas a violar y asesinar por los medios de comunicación en su
modo de cubrir la noticia y por los
comentarios de gente común que
estigmatiza y culpa a las víctimas, que naturaliza y hasta justifica la
violencia de género.
La
violación es un crimen de odio, no tiene que ver con el deseo sexual sino con
el deseo de dominación, de humillar y castigar a quien no puede ser controlad@.
Creo
que nuestra tolerancia al horror es una cuestión de proporción. Podemos
soportar vivir en una sociedad en la que el agresor es una anomalía monstruosa,
pero si comprobamos que muchas de las personas que nos rodean piensan que él tenía
derecho a hacerlo y que ella se lo buscó...
Por
eso me parece tan importante la marcha bajo la consigna Ni una menos que se celebró este 6 de junio en Buenos Aires y otras
cien ciudades de Argentina. Porque pronunciarse públicamente contra el
femicidio y la violencia de género puede banalizarse, convertirse en la nueva
postura políticamente correcta, pero a veces la gota (de sangre) desborda el
vaso y hace mucha falta la visualización y el acto de presencia, la apropiación
del espacio público, el vernos y reconocernos como miles que ya no aceptan lo
inaceptable, y la comprensión de que no se trata de una lucha sólo de las
mujeres sino de todos los que quieran vivir en una sociedad más sana en la que
los roles sean menos rígidos y no impliquen la degradación de nadie.
Ojalá
podamos lograrlo. Ojalá, todos juntos como sociedad, podamos renacer.
Laura Ponce
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